Patricia Solis, camina lentamente entre la gente que ingresa por la puerta principal de la Liga de micro fútbol Solanda sector 3, de vez en cuando se coge el estómago. Cada paso que da, invita al entrevistador a conocer su historia. A pesar de que son las 16 horas y el cielo de Quito está nublado, mira a la cancha de tierra, y estira su pulgar, el receptor. Su esposo, con el que lleva casada 25 años.
El camino a la tribuna de la liga se acerca, es interceptado por su hijo, quien le ayuda a subir las gradas. ¿Qué le paso? Es lo primero que se le ocurre preguntar al periodista. “Me operaron hace una semana por el descenso de vejiga, pero todos los domingos vengo a verle a mi esposo”, responde la señora. Saluda a los vecinos del barrio y toma asiento, el partido va ya uno a cero a favor del equipo de Manuel, su esposo, pero al parecer no importa.
“Estoy desde hace 27 años viendo fútbol, desde que le conocí allá en la ciudad de Santa Rosa, provincia del Oro, mi papá nos llevaba a verle a El Nacional (equipo de fútbol profesional), pero más me gusta estar aquí” responde, pero su mirada se desvía en cada momento donde se encuentra su marido.
En las gradas se vive un encuentro aparte, los hinchas de esposos, amigos, novios, padres siempre tienen a su favorito. El balón se encuentra en el aire y cuando se dispone a aterrizar, su esposo la recibe pero es interceptado y cae al piso. Paty como le dice sus familiares, intenta pararse, pero su operación lo impide, además de su hijo que la detiene para que no le afecte en su salud.
Suspira y continúa su historia. “Uy, he pasado la de historias con mi marido, se rompió el pómulo hace 14 años, en su trabajo jugando fútbol, después fue la rodilla. En la empresa, una vez me contó que estaba jugando y se le salió el tobillo y yo siempre cuidándole, pero es por todo lo que siento y por lo que el deporte significa en mi casa”, menciona, mientras sus manos hacen una señal en apoyo a su equipo.
“Mis hijos son iguales, todas las semanas juegan, el Manuel (su esposo), desde pequeños les inculcó ese amor por el deporte y en especial al Emelec”. El frío se hace presente en las gradas de la liga barrial, pero la chompa verde con rayas negras, al parecer es un buen abrigo para que ni siquiera intente moverse e ir a su casa.
“A pesar de yo ser de Quito, lo conocí en la costa cuando hice la rural” es enfermera desde hace 24 años, la misma edad de su hijo mayor. “Cuando llegamos acá vivíamos en la Libertadores (barrio tradicional de la ciudad) y justo estábamos frente a la cancha de fútbol, se la pasaba frente a la ventana viendo como juegan” dice mientras una carcajada sale al mismo tiempo que la gente observa a la entrevistada.
“Una vez salió y como le vieron pinta de “mono” (como se les dice a los costeños), le dijeron que vaya a jugar” suspira como queriendo decir que de gana llegó ese día. “Desde ahí hemos ido desde Chillogallo a Calderón a que juegue fútbol. En mi terraza habían ocho uniformes secándose todo los fines de semana porque jugaba en todo lado” acota Doña Patty, como le dice un niño que se le acerca y la saluda afectuosamente.
“Llegó el momento en que me puse firme” pega su mano contra la otra en señal de imposición. “Le dije, dejas de jugar en todo lado o nunca más te voy a ver”. Ríe, y hace que se visibilice lo mandarina que es su esposo, como lo dice Hugo Albuja, el mejor amigo de la familia Carrión-Solis. “Desde ahí solo jugó en dos o tres equipos máximo, pero la edad ya hizo que solo juegue aquí”.
“Pero de nada sirvió que le diga a mi marido que ya no juegue mucho, porque después me tocó vivir los mismo con mi hijo” afirma cuando habla de su hijo mayor, Henry, quien a decir de su madre es tal para cual a su esposo. “Dio lo mismo que con mi marido, nos levantábamos de mañanita o nos íbamos bien de noche para verle a jugar, me gusta el fútbol y si lo practica mi familia, me encanta”.
Al parecer, la operación le afecta cuando van recorridos 10 minutos del segundo tiempo. El DJ Sporting, equipo de Manuel, gana 5-0 y le hace una señal a su marido. Tantos años de casados que un simple gesto fue entendido por su esposo quien corre a las mallas y le lanza un beso. Doña Patty se para y empieza su camino a la salida.
“Ya me empezó a doler la barriga, por lo menos ya vi lo mejor del partido”, sentencia la protagonista de esas historias de las gradas. Donde no importa un resultado, sino quien está en la cancha. Cuando sale su esposo, una vez terminado el partido, corre a su casa para ver a su amada esposa. “Es mi hincha número uno y espero que siga así hasta cuando pueda jugar”, dice Manuel Carrión al despedirse.
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